En esta Nochevieja, cuando by @Antonio1Moreno

En esta Nochevieja, cuando todos nos hacemos própósitos para el año nuevo, os invito a reflexionar conmigo sobre el sentido de la existencia junto a la película Soul, de Pixar. Una película tan bella como peligrosa #HilodeSoul #SoulMovie


Antes de continuar, te advierto de que en este hilo destripo la película por lo que, si estás interesado en verla, mejor espérate a leerlo después. Y, si no te interese el cine, puedes seguir leyendo porque la película es solo una excusa para la reflexión #Spoiler


Soul es una nueva maravilla visual de los estudios Disney-Pixar que acaba de estrenarse en su plataforma digital Disney+. El coronavirus nos ha privado de poder ver esta obra de arte como se merece, en pantalla grande.


Como veis, mi opinión sobre la película es bastante positiva. Y lo es porque, visualmente es un derroche de estímulos de una belleza inédita. Hay escenas de un ultrarrealismo mágico, parecen más reales que la propia realidad.


Los personajes, los distintos planos existenciales, la ciudad de Nueva York, la luz, los detalles… no hay un pixel colocado al azar, y son muchos miles de millones de píxeles los que componen esta hora y tres cuartos de sensaciones.


Sin embargo, la califico también de peligrosa, y esto es lo que voy a tratar de explicar.


El peligro de Soul está en que nos presenta una antropología, una visión del hombre, errónea desde el punto de vista de la Revelación.


Y esto que, en una persona adulta y bien formada, es también un estímulo pues le permite confrontar otros conceptos, puede ocasionar un cacao mental en los niños o en las personas menos preparadas que los lleve a tener un concepto equivocado sobre sí mismos o los demás.


Lo cierto es que no es una película infantil. A mis hijos pequeños, por ejemplo, no les ha encantado.


Tenían muchas ganas de verla seducidos por la gran campaña publicitaria pero, una vez que la vieron, no han vuelto a ponerla, cuando lo normal con las películas Disney es machacarlas hasta la extenuación.


Se ha dicho que es la película más adulta de Disney y es lógico puesto que su trama gira en torno a la crisis de los 40. Por mucho que haya algunos personajes infantiles y un gato animado, el argumento es adulto.


Conste que cuando digo que la película es “peligrosa”, lo hago con el miedo a parecerme a uno de esos censores que decidían qué se podía ver y qué no, con una actitud paternalista.


Puedes ver la película cuantas veces quieras y creerte los conceptos que expone si estás de acuerdo. Yo solo trato de advertir al incauto como haría cualquier persona de bien ante una alcantarilla sin tapa (guiño a la película).


Y lo hago, como no podía ser menos, desde la óptica que me da la fe, que nos da una visión del hombre y del mundo distinta a la que tienen otras personas, otras religiones, otras filosofías, otras culturas.


Muchas muy respetables, pero más lejos de la verdad del hombre que nos ha revelado Jesucristo porque, como nos recuerda el Concilio Vaticano II «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado».


El análisis en profundidad de la película daría para una tesis doctoral pero yo en este hilo me voy a parar solo en el concepto erróneo más evidente que es el del dualismo alma-cuerpo.


Resumiendo brevemente el argumento, la película plantea la historia de un músico de mediana edad que tiene que decidir si continuar con su sueño de ser un exitoso pianista de jazz o si asegurar su existencia con un aburrido trabajo como profesor de música.


Un accidente mortal lo transporta a la fila para ir al más allá de la que logra escaparse para colarse en el más atrás o el “gran antes”, el lugar en el que las almas se preparan para bajar a la tierra y tomar un cuerpo.


En ese mundo es nombrado mentor de un alma nueva a la que tiene que ayudar a encontrar su vocación, lo que le hace replantearse la suya propia.


Esta idea base de la película parte de un dualismo platónico que hace ver la realidad dividida en dos ámbitos totalmente distintos e independientes: el mundo sensible y el mundo inmutable.


Estos dos mundos se encuentran unidos de forma circunstancial. El cuerpo sería una especie de cárcel temporal para el alma que es eterna. Una idea que choca con el concepto del hombre de la antropología cristiana.


¿Que no creemos los cristianos en el cuerpo y el alma? ¡Si eso es lo que siempre me han explicado!


Quietos, que sí, que también la fe nos habla del cuerpo y el alma, lo que pasa es que estas no son dos realidades separadas.


Dice el catecismo (la síntesis de las verdades que nos ha enseñado Jesús) que «La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual».


Nuestra alma no preexiste, como afirma la película; sino que, en el momento de la concepción, Dios, con el concurso de los padres, nos crea en cuerpo y alma.


Somos, pues, seres corporales y espirituales a la vez y de forma inseparable. Esto puede parecerte una tontería pero es trascendental, porque dota al cuerpo de una dignidad única, mucho mayor que en otras religiones.


Por eso la vida humana es tan importante para los cristianos (y por ósmosis para la cultura occidental), porque el cuerpo, en cierta medida, también es inmortal: está llamado a resucitar en el último día.


“Creo en la resurrección de la carne”, decimos en el credo. Algo que muchos bautizados no terminan de creer por el influjo de colonizaciones ideológicas, como las llama el Papa, como la de la doctrina de la reencarnación.


La muerte no es el final de una vida para pasar a otra distinta, es un acontecimiento en la vida para continuar con tu misma vida, pero transformados.


Como el parto para el feto y el bebé, que no dejan de ser la misma persona, es la muerte para el ser humano, un cambio de estado, pero no de vida.


Por eso también ese empeño en defender la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte, no se puede interrumpir por gusto.


No al aborto, no a la manipulación de embriones, no a la pena de muerte, no a la eutanasia, no a las armas… Todos estos noes son un gran sí a la vida.


¿Por qué hace la Iglesia hospitales por altruísmo? No, porque cada hombre que sufre no es solo una carcasa que hay que reparar, sino un ser eterno que necesita ser curado y aliviado en cuerpo y alma.


¿Por qué atiende la Iglesia a los pobres, a los hambrientos, a los desnudos? Porque en cada uno de ellos ve una realidad espiritual y eterna que hay que proteger, cuidar, ayudar…


Pero entonces, ¿dónde estaba yo antes de nacer?


Lo cierto es que antes de nuestra concepción no existíamos. Dios nos crea para la eternidad en el momento en que la fecundación provoca la aparición de un nuevo individuo. Si acaso, como se dice a los niños, existíamos en el “pensamiento de Dios”.


Es decir, que como Él lo sabe todo y no está sometido al tiempo, ya nos conocía antes de nacer. ¿No se dice de alguien a quien se conoce muy bien: “Lo conozco como si lo hubiera parido”? Pues así o mejor nos conoce Dios antes de que nos parieran incluso.


Sugiere la película que es en esta preexistencia en la que el alma recibe su vocación, su para qué, su impulso vital. De ahí que unos seamos más alegres, otros más tristes, a unos les guste la música y a otros el baloncesto.


Para los guionistas de Soul, estaríamos predeterminados a ser algo y los conflictos de nuestra vida son, en cierta medida, los propios de no lograr encajar esa predeterminación con lo que somos realmente.


Para vender tazas con lemas de mister wonderful, este planteamiento está bien: “puedes conseguir todos tus sueños”, “tu futuro es tuyo, depende de ti…”, pero lo cierto es que la realidad nos demuestra que no es así.


Hay componentes genéticos, educacionales, experienciales, ambientales o del azar que condicionan nuestro futuro, que no está escrito.


Hay quien se empeña en conseguir su sueño y lo consigue, pero hay quien también se empeña y no lo consigue y no porque se haya empeñado menos o porque valga menos.


“Así es la vida”, dice el sentido común, que es el menos común de los sentidos.


Dios no nos ha dejado escrito qué tenemos que ser cada uno. A cada uno, la vida (y nuestra libertad, vaya regalazo) nos lleva por uno u otro camino.


La única configuración de serie que llevamos preinstalada, la única vocación que tenemos es la misma para todos: el amor.


El amor que es donación, darse a los demás, es la vía para que el hombre se encuentre con su ser más íntimo. Ahí, cuerpo y alma entran en una comunión perfecta.


Somos hijos del amor de Dios y tendemos a Él. Como cada uno llegue a la meta, eso ya depende.


Habrá quien encuentre su vocación humana como músico, y si es capaz de poner su música al servicio del amor –imagina un gran compositor cuya música hace felices a millones– pues habrá encontrado su vocación plena.


Y habrá quien quería ser médica, pero la vida le ha llevado a tener que cuidar de su madre enferma y, si lo vive como una vocación al amor, pues habrá encontrado igualmente su vocación plena.


Porque, no te engañes, ese es el verdadero secreto de la felicidad: amar, dar la vida por los demás.


Es lo que nos enseñan los santos. Gente normal y corriente, con muchos fallos como tenemos tú y yo, pero que descubrieron ese secreto y pusieron su vida al servicio del amor.


Por eso llamamos santo (que designa una realidad espiritual, solo Dios es Santo) a un hombre o mujer concretos (como realidades corporales), porque en ellos se une perfectamente cuerpo y alma.


Por eso decimos que los santos están en el cielo, porque cuando estaban en la tierra ya prácticamente vivían allí. Y es que el cielo (y el infierno) están ya aquí como primicias.


En la película, el alma nueva que busca su vocación y el músico cuarentón tienen un nuevo accidente que provoca que la primera (con voz femenina) caiga sobre el cuerpo del músico, mientras que el alma de este termina cayendo sobre un gato.


Esta circunstancia da pie a multitud de situaciones muy divertidas pero a las que hay que trascender para que no nos liemos luego en el mundo real.


Podría entender alguna mente que busca respuestas que nuestra alma (que es independiente a nuestro cuerpo según la película) puede ser tanto masculina, como femenina como incluso animal y que es intercambiable.


Esta es la base de ideologías contrarias a la dignidad humana como la ideología de género o el animalismo radical.


Piensa la ideología de género que el cuerpo es un complemento circunstancial, separado del ser interior que es el auténtico y el que debe marcar la orientación de la carcasa externa.


Piensa el animalismo que el hombre tiene la misma dignidad que el animal puesto que al fin y al cabo, lo único que nos diferencia son las carcasas.


Su popularidad es lógica cuando la última generación occidental ha sido la primera en la historia de la humanidad alejada del trato diario con animales que no sean mascotas.


Y que su mayor contacto con ellos ha sido, principalmente, a través de películas animadas en las que, cada vez con mayor realismo, los animales son eso: personas con cuerpo animal.


Y no es así.


La Iglesia proclama la dignidad de los animales que son criaturas de Dios y a quienes debemos aprecio. «Se puede amar a los animales, pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos», advierte el catecismo.


Con respecto a la diferencia hombre-mujer, también nos lo aclara el catecismo, precisamente en el punto siguiente al que explica la unidad de alma y cuerpo.


Y es que somos creados hombre o mujer, no por un capricho del destino o por un accidente, sino como parte de nuestra misma vocación al amor.


Las circunstancias, la educación, los modelos a seguir hacen de cada hombre o mujer un mundo de diferencias. Hay características más comunes en unos que en otros, aunque eso no significa que sean estancas.


Hay hombres muy sensibles (una característica naturalmente más común en el sexo femenino) y eso no cambia su llamada a ser hombre y a amar y donarse como tal.


Lo mismo puede pasar con mujeres aguerridas llamadas a ser, eso aguerridas, pero sin dejar de ser mujer y donarse como tal.


La heteronormatividad –dice la ideología de género– es una imposición cultural y religiosa. Sin embargo, el Génesis nos habla de la bendición de ser hombres y mujeres, seres distintos creados a imagen y semejanza de Dios.


Y es que, cuando la Biblia dice aquello de: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” no nos está contando un cuento, nos está hablando de una realidad profunda.


Nos está explicando que el hombre y la mujer somos imagen de Dios en tanto en cuanto somos “hombres” o “mujeres”, porque Dios no es ni hombre ni mujer.


Es una llamada a la comunión, a la familia. El matrimonio entre hombre y mujer abierto a un tercero (los hijos) es, en ese sentido, la forma que Dios ha planteado para que realicemos nuestra vocación al amor.


La comunión en la familia humana es, en cierta medida, reflejo de la comunión de las tres personas de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Plantearnos que estamos “mal hechos”, que estamos encerrados en un cuerpo equivocado, o que la sexualidad es solo una actividad recreativa y afectiva alejada de su verdadera naturaleza unitiva y procreativa es deformar el plan de Dios.


Por que Él, que se nos donó entero, quiere que nos parezcamos a Él que es la fuente de nuestra felicidad, que nos donemos, que entreguemos nuestra vida a los demás: a los hijos, los casados; al Reino, los célibes.


¿Que somos libres para hacerlo?, por supuesto. Repito que la libertad es un regalo que Él nos ha dado.


Pero podemos usarla mal y perdernos el otro gran regalo que él había pensado para nosotros dándonos un cuerpo específico con unas funciones específicas.


Hombres en cuerpo y alma, mujeres en cuerpo y alma, así quiere Dios hacernos como Él.


Y, para terminar ya con el hilo, que hay que brindar por el próximo año, la cuestión de los porqués.


¿Por qué venimos a este mundo? En la cinta de Pixar parece que somos fruto del azar. Los personajes que guían las almas antes de nacer deciden de forma un poco aleatoria el futuro de la gente: «vosotros cinco vais a ser abiertos, vosotros cuatro reservados»…


¡Pero eso no es verdad! ¡No somos fruto del azar!


Hay un padre bueno que nos crea por amor. Dios está loco de amor por nosotros.


Como una madre mira con ternura a su hijo recién nacido admirando cada pliegue de su piel, cada dedito, cada pelo de sus pestañas… Así te mira Dios desde que te creó.


Y no se ha conformado con crearte sino que, cuando nosotros le fallamos, él mismo se hizo carne, asumiendo nuestra naturaleza humana para rescatarla.


Pasando lo que pasó… Y resucitando también en cuerpo ya inmortal.


Por eso, con su encarnación, que estamos celebrando en este tiempo de Navidad, Dios se ha unido en cierto modo con todo hombre, también contigo.


Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros porque ¡nos ama!


Por eso, en este año 2021 que estamos a punto de recibir, yo te invito a un propósito de año nuevo, que descubras el amor de Dios y tu vocación al amor en cada cosa sencilla que te ocurra.


Como el personaje de la película acaba comprendiendo, es en las cosas sencillas de la vida donde se descubre el gusto, el sentido de esta.


Por eso, en este 2021 descubre el amor de Dios en el rayo de sol o en el copo de nieve; en el abrazo por Skype de tu madre y en el café caliente de la mañana; en la lectura edificante de un buen libro y en el mero hecho de tener ojos para leerlo…


Por eso, en este 2021, descubre tu vocación al amor en tu cuerpo de hombre y mujer llamado a la comunión y a dar vida; en tus brazos para ayudar al que lo necesita; en tus oídos para escuchar al que está solo; en tu arte para hacer sentir bien a la gente…


Y recibe mi felicitación para este nuevo año que empieza. ¡Feliz 2021, en cuerpo y alma! #Findelhilo


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