Una consecuencia del Covid19 que me tiene muy intrigado es la degradación del ocio. A ver, soy diseñador de juegos. Me fijo en estas cosas. Conste que no tengo la solución mágica, pero explico el problema a ver si se nos ocurre algo entre todos. Dentro hilo.
El ocio se basa en la inyección de actividades disfrutables con variedad. Esas actividades van estimulando ciertas partes de nuestro cerebro, y eso nos va haciendo más felices. Muy simplificado, pero la idea básica es esa. Si queréis más detalles, venid a mi clase 😉
El problema del confinamiento es que genera un entorno muy estático. Y por tanto las actividades se vuelven repetitivas por narices. Esa inyección de variedad que proporciona la vida normal no sucede, y por tanto nos empezamos a agobiar. Os pongo ejemplos:
Si uno es deportista, pues se podía ir al gimnasio, y allí suceden cosas. Pero claro, no se puede. Otro tipo de gente se entretenía con los deportes “profesionales”, por ejemplo siguiendo a su equipo de fútbol, y cada semana habría variedad. Todo eso se ha suspendido también.
Otra forma de ocio es todo lo que sería caminar / pasear / ir de excursión. Eso nos produce disfrute porque nos inyecta lugares y situaciones nuevas. Pero claro, tampoco podemos hacer eso. Y qué decir de los sociables? Quedar con gente, bailar, o jugar al dominó son tabú.
Al final, el ocio requiere sorpresa: ya sea yendo a un gimnasio, en el patio del cole, paseando por la calle, o de mil otras formas, siempre que lo pasamos bien hay un elemento de imprevisibilidad. Y eso a nuestro cerebro le encanta: romper patrones = diversión.
Como pueden ver, es como si hubiesen cogido unas tijeras y nos hubiesen recortado enormemente la capacidad de recibir sorpresas. Eso nos afecta a todos, sobre todo a los niños. Digamos que nuestra situación se parece un poco a la de los animales de los zoos o los presos:
Por un lado, estamos sanos (por suerte). Por otro lado, estamos en un estado de suspensión de la variedad. Como explicado en mis clases, existen 7 patrones de juego (juego social, físico, narrativo, objectual, creativo, emotivo y de rol). Eso está estudiadísimo.
El problema es que, en esos patrones, cada cual tiene sus propias recetas de ocio, y el coronavirus las ha “capado”. Es decir, el problema NO es que no haya formas de ocio válidas: es un cierto síndrome de abstinencia de las que antes usábamos, pero ahora no podemos.
Por ejemplo, yo caminaba mucho por la ciudad. Ya fuese para ir a la oficina, o en los fines de semana, el mero pasear por Barcelona era para mí una rutina de ocio. Claro, puedo seguir haciendo mil otras cosas. Pero *esas*, esas que yo hacía, no puedo. Y eso es duro.
Sabemos que al estar ociosos nuestro cerebro segrega ciertas sustancias (en este caso, dopamina), y cómo su desequilibrio genera síndrome de abstinencia, como en los drogadictos. Por eso cuando no seguimos nuestros hábitos de ocio nos cambia el estado de ánimo.
Como es evidente que esta situación no va a cambiar, deberíamos hacer un esfuerzo todos por proponernos nuevas formas de ocio, para intentar descubrir otras formas de darnos la “dosis” de dopamina/ocio que nuestro cerebro requiere.
Yo por ejemplo me he puesto a tocar la guitarra eléctrica. Hace 20 años que no lo hacía. He vuelto a pintar miniaturas, cosa que hacía hace años. Fíjense como, inconscientemente, el cerebro está buscando “recetas” que sabe que le funcionan para “rellenar” el hueco.
Sospecho que esta adaptación es aparentemente más dura para los adultos que para los niños: en una persona de 40 años, sus rutinas están grabadas en piedra. Los niños, en cambio, son elásticos, continuamente descubren juegos nuevos y olvidan otros que dejan de interesarles.
Por otra parte, son los niños por su capacidad explosiva de cambio de juego los que precisamente requieren más variedad. Esa misma variedad que el coronavirus nos está negando. Yo empiezo a notarlo en casa (tras 35 días): mis hijas añoran sus juegos.
Y es que claro, de niñas que corrían en el patio, patinaban por la calle, socializaban con sus primas, íbamos de paseo y de compras, a lo de ahora, pues ha bajado la calidad del ocio. Y aquí viene precisamente el reto. Inventar actividades de ocio compatibles con el confinamiento
Deberían ser actividades a horas fijas. Eso es porque sabemos que la expectativa de ocio YA ES ocio: si a las 16:00 va a pasar algo genial, a las 15:00 ya lo paso bien. Digamos que nuestro cerebro anticipa la diversión y ya se emociona.
Deberían ser físicas: manualidades, acrobacias, lo que sea. Usar las manos y el cuerpo divierte, especialmente a edades tempranas. Esto es un problema en los pisos, pero yo que sé, el Just Dance bien que funciona.
Deberían ser sociales. La socialización aporta sorpresas de forma “barata”, por eso los juegos multijugador triunfan: porque nos aportan sorpresas en forma de la conducta de otros. La única sociabilidad que se me ocurre es que sea vía videoconferencia, evidentemente.
Y deberían ser improvisacionales: dígale a un niño “haz esto” y se aburrirá. Déjele hacer lo primero que se le ocurra, y se lo pasará en grande. Los niños pequeños no saben jugar a actividades estructuradas: saben estar inmersos en entornos, y encontrar su diversión.
Vamos, lo que estoy describiendo es básicamente intentar trasladar la experiencia del “patio”, al confinamiento. Crear un espacio a horas fijas para juego improvisacional social. Creo que es buena idea. Esta semana a ver si lo puedo poner en práctica, ya les contaré qué tal.
Ustedes, recuerden: a horas fijas, social, con actividad física, y improvisacional. Prueben y me cuentan los resultados. d